martes, 20 de septiembre de 2011

Textos para la sesión del 23 de septiembre I I

Aquí les dejamos el texto de Bárbara Zamora...nos vemos el viernes!!


La guerra infinita
Ernesto Fuentes y Bárbara Zamora


Hegel, en sus Principios de la filosofía del derecho, la define de forma muy clara: el estado de derecho es sinónimo de orden jurídico y ese orden es la forma en que el propio Estado se organiza y organiza a la sociedad civil. Según esta teoría, el estado de derecho supone la existencia de dos esferas muy bien definidas y completamente separadas entre sí: por un lado el Estado y, por el otro, la sociedad civil. La relación o, mejor dicho, la negociación, el diálogo entre ambas esferas es lo que, durante un tiempo, tuvo el nombre de política.

El estado de excepción es la base de la soberanía, y que el único soberano es el Estado. La soberanía es la capacidad de tomar una “decisión extrema”. Por tanto, “el soberano es aquel que instaura una situación excepcional”. Y esa decisión extrema, esa situación excepcional, es la suspensión del derecho. Para los juristas la suspensión del derecho se traduce en una palabra: guerra.

Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, los sistemas políticos en Occidente estaban fundados por dos elementos heterogéneos: el derecho y la violencia pura. El derecho funcionó como una barrera, un muro protector contra la violencia irracional que siempre nos ha acompañado y que constantemente amenaza con destruir todo lo que hemos construido a lo largo de la historia.

Por eso, mientras esos dos elementos permanecen separados, el sistema político funciona. Pero cuando la violencia pura es integrada al derecho, es decir, cuando el estado de excepción, cuando la guerra, forma parte de la legislación ordinaria de un Estado, entonces el sistema político se convierte en sistema de muerte.

La primera fase de la transformación hacia un estado de excepción permanente consiste en la erradicación de la política, es decir, la erradicación de aquello que era el mediador entre el Estado y la sociedad civil. Lo que sustituye a la política es una administración de bienes. Los gobernantes dejan de ejercer la política y se convierten en simples administradores de la población y de la riqueza de un país.

Enseguida ocurren dos escenarios: en el primero, la sociedad civil desaparece y se convierte en el enemigo interno del Estado; deja de estar bajo su protección y bajo su organización.

En el segundo escenario, la sociedad civil se convierte en un órgano más del Estado. La distancia entre ambos, necesaria, como hemos visto, para la existencia del llamado “estado de derecho”, se borra. La sociedad civil, en ese momento, está bajo la completa subordinación y bajo el control total del Estado. En este punto, el Estado comienza a producir a la sociedad civil. Es decir, sólo aquellos a quienes el Estado reconoce como legítimos miembros de la sociedad civil, pueden pertenecer a ella. Los demás —es decir, quienes se oponen a su administración— son sus enemigos. Es aquí donde la amalgama entre enemigo y criminal ocurre.

Cuando la violencia pura se introduce en el orden jurídico, es decir, cuando se aplica un “estado de excepción”, se produce una guerra civil permanente. Una guerra infinita.

Introducir la violencia pura en el orden jurídico que rige a un país es un acto extremo que implica diseminar la guerra en toda la población. El espacio civil se convierte en campo de guerra y, como sabemos, en periodo de guerra todas las actividades de la vida que normalmente no están bajo el control de ningún poder son sometidas a la vigilancia y al control de las leyes marciales. Se controla, se norma y se limita cada acto de la vida cotidiana.

El objetivo del estado de excepción no es sólo la suspensión de las leyes, sino el establecimiento de un nuevo orden jurídico cuyo propósito es la preservación y la protección de los intereses del Poder, y la aniquilación total de sus enemigos. El derecho, en ese momento, ya no es útil para el control de la violencia, sino para su desencadenamiento constante y su aplicación cotidiana.

La guerra infinita o el estado de excepción permanente ocurre cuando el nuevo orden jurídico se ha instaurado. En México, todavía no hemos llegado al estado de excepción general y permanente; sin embargo, sí se han ido instaurando espacios de excepción en varias regiones del país, en las cuales, como dice el filósofo italiano Giorgio Agamben: “existe una suspensión de todo orden legal, un verdadero vacío jurídico, donde el estado de derecho es desplazado por el estado de excepción, dejando libre de toda atadura y de todo límite a la violencia policíaca y militar”.

Textos para la sesión del 23 de septiembre I

Compañerxs:
para la siguiente sesión del Cachito elegimos el intercambio epistolar entre el Subcamndante Insurgente Marcos y Don Luis Villoro que se ha estado llevando a cabo en los últimos meses. Incluímos también un artículo de Ernesto Fuetes y Bárbara Zamora, y otro texto de Sergio Rodríguez Lascano.
Como vemos que el material es muy extenso, el equipo expositor preparó un resumen de todas las lecturas. Aquí se los dejamos para que puedan revisralo. Ahora bien, si quieren revisar los textos completos, están a su disposición en http://revistarebeldia.org/. El material está en la revista número 77


Clase Política y la guerra
Sergio Rodríguez Lascano


En la carta que el Subcomandante Insurgente Marcos le manda a don Luis Villoro, titulada “Apuntes sobre la guerra”, se desglosa de una manera muy detallada lo que es el presupuesto que ha utilizado Felipe Calderón para llevar a cabo su guerra en contra de la población mexicana, siguiendo los designios del demandante vecino del Norte. Esto es muy importante porque, aparte de todo, una guerra debe ser analizada por cuánto es su presupuesto. Es de subrayarse el papel que el conjunto de la clase política mexicana ha jugado en esta guerra. Si bien es verdad que en México el presidente elabora una propuesta cada año sobre el presupuesto, quien decide el monto del mismo y sus rubros son los diputados y senadores de cada uno de los partidos políticos.
En México, en los últimos cuatro años –y se podría decir que en los últimos diez años–, los presupuestos han sido votados prácticamente por unanimidad, con la excepción de algunos diputados cuya objeción no se ubica en el presupuesto de guerra. Con esto podemos decir que la guerra que ha decidido llevar a cabo Calderón ha contado con el aval y el apoyo de toda la clase política mexicana. Felipe Calderón utiliza esta guerra como —según lo que él piensa— su único elemento de legitimación, la desdichada clase política mexicana se agarra de esta guerra como clavo ardiente y jura y perjura que, pase lo que pase en el 2012, esta política no cambiará.
Mientras el conjunto de la clase política participa activamente en esta guerra, los supuestos objetivos que se puso para llevarla a cabo no tan sólo están lejos, sino que lo están más que nunca. No sólo la violencia no ha menguado, sino que se ha incrementado geométricamente. Cada semana se rompe el récord anterior de violencia. Cada vez hay más muertos, cada vez hay más desaparecidos, cada vez hay más presos, cada vez hay más niños involucrados en la guerra, de uno y de otro lado.

Como señala el Subcomandante Insurgente Marcos en la carta referida, en ese gran negocio, el capital norteamericano gana por los dos lados: al vender armas a las fuerzas encargadas de la violencia del Estado y al venderle el mismo armamento a los capos de la droga. Incluso, ahora se sabe, lo hacen desde las oficinas mismas de las instituciones encargadas de vigilar la venta de armas.(...)Siendo así las cosas, podemos decir que, dentro de las finanzas de esta guerra, es posible encontrar al sistema bancario mexicano, hoy mayoritariamente en manos extranjeras.

Si el objetivo de menguar la violencia no se cumple, tampoco el de reducir el consumo de enervantes. (...) El consumo de drogas en México se ha disparado: su valor actual en el mercado nacional supera los 8 mil 780 millones de dólares al año, según información de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) federal.(...). Desde luego, para llevar a cabo un análisis completo sobre el tema es imposible obviar el hecho de que se trata de un gran negocio. Negocio del cual forman parte los grandes empresarios del país y del mundo. Y mientras esto sea un gran negocio los capitales seguirán fluyendo hacia ese sector.(...). -Una buena parte de la cantidad de divisas que se ubican en este sector vienen del narcotráfico.(...). Esto explica, en mucho, el que México no haya caído en una mayor crisis en el 2009 y es lo que está atrás de la tan cacareada recuperación del 2010 en un momento en que las exportaciones de petróleo son menores, lo mismo que la captación de divisas como producto de las remesas. Esa cantidad es mayor que toda la Inversión Extranjera Directa, que solamente llegó a 16 mil millones de dólares el año pasado, y de ese negocio se beneficia una buena parte de la clase política mexicana. Por eso, esta guerra no es realmente contra el narcotráfico, porque eso sería como darle de patadas al pesebre.

El poder corrompe decía la vieja máxima, pero el poder y el dinero corrompen dos veces. Por eso, el panorama que se dibuja en el México del 2011 es el de cómo los funcionarios del Estado descubren los mil y un caminos que les permitan acceder a esa fuente inagotable de ingresos.(...) Con esto se ha abierto una época de degradación y humillación. Una guerra hecha bajo el manto de combatir al crimen organizado busca pelearle a éste sus ganancias. Se trata de la acción degradada del poder, que utiliza un manto ideológico para conseguir un fin inconfesable. Pero también busca otra cosa: humillar a la sociedad, haciéndole pagar los costos de sangre de esta guerra, buscando destruir todo lo colectivo que encuentra a su paso; todo lo social que sus botas puedan pisar.

Hoy, en México, las élites políticas y económicas que ejercen el poder, entendido no únicamente como el ejecutivo sino como el conjunto del poder, encarnan los objetivos más desmedidos tanto de atesoramiento de dinero como de poder de mando sobre la sociedad.

[sobre el asesinato de un agente de aduanas en San Luis Potosí, Sergio Rodríguez Lascano dice:] Los más avezados críticos en los medios de comunicación cuestionan la rapidez con la que se supo en el vecino país del norte sobre el arma asesina y dónde se vendió, y no cuestionan que, en dos días, el Estado mexicano —el mismo que no sabe quién asesinó a Maricela Escobedo, el mismo que es incapaz de encontrar a los que mataron a los estudiantes del Tecnológico de Monterrey, el mismo que ha casi acabado con la familia Reyes— ahora encuentre a un joven, supuestamente el asesino del funcionario estadounidense, conocido como el Piolín.

¿cuál es el nivel de credibilidad que tiene el poder político en México? ¿Por qué tendríamos que creerles? De la misma manera, ¿quién puede decir que los 35 mil asesinados en esta guerra eran miembros del crimen organizado? ¿Por qué? ¿Por qué aparecen ante las cámaras de televisión con armamento, con pistolas, granadas, cuernos de chivo? Pero ¿qué no, históricamente, el Estado se ha encargado de poner frente a las cámaras a todo tipo de jóvenes, muertos o vivos, rodeados de un arsenal? ¿Qué ya se nos olvidaron los años de la guerra sucia en contra de las organizaciones revolucionarias?. Estas preguntas surgen, sobre todo, cuando se conocen las tendencias cinematográficas del genio de la impostura, García Luna, quien monta operativos a voluntad de los medios de comunicación.

Y todo esto en plena democracia representativa
El carácter de Estado de excepción que está adquiriendo el Estado mexicano lo está llevando a convertirse en un Estado penal de control que ha perdido toda perspectiva de legitimidad social, a partir de carecer de todo elemento de consenso. El dominio se ha vuelto crudo, desvestido de cualquier ropaje social. Por eso, para el poder todo es guerra. (...) Pero lo peculiar es que todo esto se lleva a cabo en el marco del sistema de la democracia representativa, con un poder legislativo y judicial aparentemente separados del ejecutivo. (...)

En última instancia, si alguien quiere una demostración de los límites de este sistema de representación, hoy la puede encontrar en lo que está sucediendo en México. Ellos [los políticos] han dividido al país en amigos y enemigos. Los primeros se ubican en el poder político y económico, y los segundos son cualquier tipo de ciudadano al que se busca despojar de todos sus derechos, con excepción del de votar por sus verdugos. Este sistema permite una ciudadanía puesta bajo control; por eso el cúmulo de leyes que buscan criminalizar, ya no digamos la protesta social, sino a cualquiera que quiera ejercer sus derechos más elementales como el de libre tránsito o el de poder hacer una fiesta con sus cuates, o el de salir de su escuela y caminar por las calles, o el de ser un verdadero defensor de los derechos humanos, o el de hacer un graffiti, o el de apellidarse Reyes, o el de vivir en Apatzingán o en Ciudad Mier o en Ciudad Juárez, o el de no irse a los Estados Unidos, o el de ir a un reventón, o, incluso, el de consumir un enervante. Los únicos que tienen derechos son los miembros de la clase política y los que aparecen en la lista de la revista Forbes.

Si agarro a un zeta lo mato. ¿Para qué lo interrogo?”.
Así declaró el titular de Seguridad de la ciudad de Torreón, el general Carlos Viviano Villa Castro. Ésta es la filosofía de los militares en esta guerra. El problema es que con esta declaración queda claro que vivimos bajo un estado de excepción. El implicado no requiere sentencia o juicio, ni siquiera interrogatorio; lo único que opera es matarlo.
A esto se le agrega que el general dice que lo que se necesita “es tener huevos”. No deja de ser significativo cuando el cerebro se tiene en los genitales, y así, agrega: “yo desconfío de los policías federales porque ellos no matan, nomás agarran”. Pero, más aún, basta y sobra que el general crea que se trata de un zeta para ejecutarlo. Y esto último tiene que ver con los testigos protegidos, con los rumores, con que no te pares en un retén, etcétera. Y el general dice que todo esto es “un código de honor”.
En un Estado penal de control se reduce el Estado social: ya no se trata de prevenir o de ayudar, de lo que se trata es de infringir castigo. Todos somos susceptibles al castigo, a la muerte. El castigo como método pedagógico. ¿Cómo aprender? Por medio de los balazos.

A nadie arriba le importa todo este problema; si no tan sólo no les importa, sino que son la causa del mismo; la única alternativa realista, más realista que nunca, vendrá de abajo.

Apuntes sobre las guerras
(Carta primera a Don Luis Villoro Toranzo)
Enero-Febrero 2011


El tema en el que nos hemos puesto de acuerdo es el de Política y Ética (...) y lo primero que aparece en la realidad de nuestro calendario y geografía es una antigua conocida de los pueblos originarios de México: La Guerra.
I.- LAS GUERRAS DE ARRIBA.
“Y en el principio fueron las estatuas”.
Así podría iniciar un ensayo historiográfico sobre la guerra, o una reflexión filosófica sobre la real paridora de la historia moderna. Porque las estatuas bélicas esconden más de lo que muestran, no hacen sino ocultar el horror, la destrucción y la muerte de toda guerra. Y las pétreas figuras de diosas o ángeles coronados con el laurel de la victoria no sólo sirven para que el vencedor tenga memoria de su éxito, también para forjar la desmemoria en el vencido.
Pero en la actualidad esos espejos rocosos se encuentran en desuso. Además de ser sepultados cotidianamente por la crítica implacable de aves de todo tipo, han encontrado en los medios masivos de comunicación un competidor insuperable.
La estatua de Hussein, derribada en Bagdad durante la invasión norteamericana a Irak, no fue sustituida
por una de George Bush, sino por los promocionales de las grandes firmas trasnacionales. Aunque el rostro bobo del entonces presidente de Estados Unidos bien podía servir para promover comida chatarra, las multinacionales prefirieron autoerigirse el homenaje de un nuevo mercado conquistado. Al negocio de la destrucción, siguió el negocio de la reconstrucción. Y, aunque las bajas en las tropas norteamericanas siguen, lo importante es el dinero que va y viene como debe ser: con fluidez y en abundancia.
La caída de la estatua de Saddam Hussein no es el símbolo de la victoria de la fuerza militar multinacional que invadió Irak. El símbolo está en el alza en las acciones de las firmas patrocinadoras.
“En el pasado fueron las estatuas, ahora son las bolsas de valores”.
Así podría seguir la historiografía moderna de la guerra.
Pero la realidad de la historia (ese caótico horror mirado cada vez menos y con más asepsia), compromete, pide cuentas, exige consecuencias, demanda. Una mirada honesta y un análisis crítico podrían identificar las piezas del rompecabezas y entonces escuchar, como un estruendo macabro, la sentencia:
“En el principio fue la guerra”.

La Legitimación de la Barbarie.

Quizá, en algún momento de la historia de la humanidad, el aspecto material, físico, de una guerra fue lo determinante. Pero, al avanzar la pesada y torpe rueda de la historia, eso no bastó. Así como las estatuas sirvieron para el recuerdo del vencedor y la desmemoria del vencido, en las guerras los contendientes necesitaron no sólo derrotar físicamente al contrario, sino también hacerse de una coartada propagandística, es decir, de legitimidad. Derrotarlo moralmente.
En algún momento de la historia fue la religión la que otorgó ese certificado de legitimidad a la dominación guerrera (aunque algunas de las últimas guerras modernas no parecen haber avanzado mucho en ese sentido).
Pero luego fue necesario un pensamiento más elaborado y la filosofía entró al relevo.
Recuerdo ahora unas palabras suyas: “La filosofía siempre ha tenido una relación ambivalente con el poder social y político. Por una parte, tomó la sucesión de la religión como justificadora teórica de la dominación. Todo poder constituido ha tratado de legitimarse, primero en una creencia religiosa, después en una doctrina filosófica. (...) Tal parece que la fuerza bruta que sustenta al dominio carecería de sentido para el hombre si no se justificara en un fin aceptable. El discurso filosófico, a la releva de la religión, ha estado encargado de otorgarle ese sentido; es un pensamiento de dominio.” (Luis Villoro. “Filosofía y Dominio”. Discurso de ingreso al Colegio Nacional. Noviembre de 1978).
En efecto, en la historia moderna esa coartada podía llegar a ser tan elaborada como una justificación filosófica o jurídica (los ejemplos más patéticos los ha dado la Organización de las Naciones Unidas, ONU).
Pero lo fundamental era, y es, hacerse de una justificación mediática.
Si cierta filosofía (siguiéndolo, Don Luis: el “pensamiento de dominio” en contraposición al “pensamiento de liberación”) relevó a la religión en esa tarea de legitimación, ahora los medios masivos de comunicación han relevado a la filosofía.
¿Alguien recuerda que la justificación de la fuerza armada multinacional para invadir Irak era que el régimen de Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva? Sobre eso se construyó un gigantesco andamiaje mediático que fue el combustible para una guerra que no ha terminado aún, al menos en términos militares. ¿Alguien recuerda que nunca se encontraron tales armas de destrucción masiva? Ya no importa si fue mentira, si hubo (y hay) horror, destrucción y muerte, perpetrados con una coartada falsa.
El informe que recibió Washington y le permitió dar por terminada la guerra (que por cierto no termina aún), llegó de los consultores de las grandes trasnacionales: el negocio de la destrucción puede dar paso al negocio de la reconstrucción (sobre esto véanse los brillantes artículos de Naomi Klein en el semanario estadounidense “The Nation”, y su libro “La Doctrina del Shock”).
Así, lo esencial en la guerra no es sólo la fuerza física (o material), también es necesaria la fuerza moral
que, en estos casos, es proporcionada por los medios masivos de comunicación (como antes por la religión y la filosofía).

La Geografía de la Guerra Moderna.
Si el aspecto físico lo referimos a un ejército, es decir, a una organización armada, mientras más fuerte es (es decir, mientras más poder de destrucción posee), más posibilidades de éxito tiene.
Si es el aspecto moral referido a un organismo armado, mientras más legítima es la causa que lo anima (es decir, mientras más poder de convocatoria tiene), entonces mayores son las posibilidades de conseguir sus objetivos.
El concepto de guerra se amplió: se trataba no sólo de destruir al enemigo en su capacidad física de combate (soldados y armamento) para imponer la voluntad propia, también era posible destruir su capacidad moral de combate, aunque tuviera aún suficiente capacidad física.
Si las guerras se pudieran poner únicamente en el terreno militar (físico, ya que en esa referencia estamos), es lógico esperar que la organización armada con mayor poder de destrucción imponga su voluntad al contrario (tal es el objetivo del choque entre fuerzas) destruyendo su capacidad material de combate.
Pero ya no es posible ubicar ningún conflicto en el terreno meramente físico. Cada vez más es más complicado el terreno en el que las guerras (chicas o grandes, regulares o irregulares, de baja, mediana o alta intensidad, mundiales, regionales o locales) se realizan.
Detrás de esa gran e ignorada guerra mundial (“guerra fría” es como la llama la historiografía moderna,
nosotros la llamamos “la tercera guerra mundial”), se puede encontrar una sentencia histórica que marcará las guerras por venir.
La posibilidad de una guerra nuclear (llevada al límite por la carrera armamentista que consistía, grosso
modo, en cuántas veces se era capaz de destruir el mundo) abrió la posibilidad de “otro” final de un conflicto bélico: el resultado de un choque armado podía no ser la imposición de la voluntad de uno de los contrincantes sobre el otro, sino que podía suponer la anulación de las voluntades en pugna, es decir, de su capacidad material de combate. Y por “anulación” me refiero no sólo a “incapacidad de acción” (un “empate” pues), también (y sobre todo) a “desaparición”.
En efecto, los cálculos geomilitares nos decían que en una guerra nuclear no habría vencedores ni vencidos. Y más aún, no habría nada. La destrucción sería tan total e irreversible que la civilización humana dejaría su paso a la de las cucarachas.
El argumento recurrente en las altas esferas militares de las potencias de la época era que las armas nucleares no eran para pelear una guerra, sino para inhibirla. El concepto de “armamento de contención” se tradujo entonces al más diplomático de “elementos de disuasión”.
Reduciendo: la doctrina “moderna” militar se sintetizaba en: impedir que el contrario imponga su voluntad mayor (o “estratégica”), equivale a imponer la propia voluntad mayor (“estratégica”), es decir, desplazar las grandes guerras hacia las pequeñas o medianas guerras. Ya no se trataba de destruir la capacidad física y/o moral de combate del enemigo, sino de evitar que la empleara en un enfrentamiento directo. En cambio, se buscaba redefinir los teatros de la guerra (y la capacidad física de combate) de lo mundial a lo regional y local.
En suma: diplomacia pacífica internacional y guerras regionales y nacionales.
Resultado: no hubo guerra nuclear (al menos todavía no, aunque la estupidez del capital es tan grande como su ambición), pero en su lugar hubo innumerables conflictos de todos los niveles que arrojaron millones de muertos, millones de desplazados de guerra, millones de toneladas métricas de material destruido, economías arrasadas, naciones destruidas, sistemas políticos hechos añicos... y millones de dólares de ganancia.
Pero la sentencia estaba dada para las guerras “más modernas” o “posmodernas”: son posibles conflictos militares que, por su naturaleza, sean irresolubles en términos de fuerza física, es decir, en imponer por la fuerza la voluntad al contrario.
Podríamos suponer entonces que se inició una lucha paralela SUPERIOR a las guerras “convencionales”.
Una lucha por imponer una voluntad sobre la otra: la lucha del poderoso militarmente (o “físicamente” para poder transitar al microcosmos humano) por evitar que las guerras se libraran en terrenos donde no se pudieran tener resultados convencionales (del tipo “el ejército mejor equipado, entrenado y organizado será potencialmente victorioso sobre el ejército peor equipado, entrenado y organizado”). Podríamos suponer, entonces, que en su contra está la lucha del débil militarmente (o “físicamente”) por hacer que las guerras se libraran en terrenos donde el poderío militar no fuera el determinante.
Las guerras “más modernas” o “posmodernas” no son, entonces, las que ponen en el terreno armas más
sofisticadas, sino las que son llevadas a terrenos donde la calidad y cantidad del poder militar no es el factor determinante.
Con siglos de retraso, la teoría militar de arriba descubría que, así las cosas, serían posibles conflictos en los que un contrincante abrumadoramente superior en términos militares fuera incapaz de imponer su voluntad a un rival débil.
Sí, son posibles. Ejemplos en la historia moderna sobran, y los que ahora me vienen a la memoria son de derrotas de la mayor potencia bélica en el mundo, los Estados Unidos de América, en Vietnam y en Playa Girón, las derrotas del ejército realista español por las fuerzas insurgentes en el México de hace 200 años.
Sin embargo, la guerra está ahí y sigue ahí su cuestión central: la destrucción física y/o moral del oponente para imponer la voluntad propia, sigue siendo el fundamento de la guerra de arriba.
Entonces, si la fuerza militar (o física, reitero) no sólo no es relevante sino que se puede prescindir de ella como variable determinante en la decisión final, tenemos que en el conflicto bélico entran otras variables o algunas de las presentes como secundarias pasan a primer plano.
Esto no es nuevo. El concepto de “guerra total” (aunque no como tal) tiene antecedentes y ejemplos. La
guerra por todos los medios (militares, económicos, políticos, religiosos, ideológicos, diplomáticos, sociales y aún ecológicos) es el sinónimo de “guerra moderna”.
Pero falta lo fundamental: la conquista de un territorio. Si no hay un territorio conquistado, es decir, bajo control directo o indirecto de la fuerza vencedora, no hay victoria.
Aunque se puede hablar de guerras económicas (como el bloqueo que el gobierno norteamericano mantiene contra la República de Cuba) o de aspectos económicos, religiosos, ideológicos, raciales, etc., de una guerra, el objetivo sigue siendo el mismo. Y en la época actual, la voluntad que trata de imponer el capitalismo es destruir/despoblar y reconstruir/reordenar el territorio conquistado.
Sí, las guerras ahora no se conforman con conquistar un territorio y recibir tributo de la fuerza vencida. En la etapa actual del capitalismo es preciso destruir el territorio conquistado y despoblarlo, es decir, destruir su tejido social. Hablo de la aniquilación de todo lo que da cohesión a una sociedad.
Pero no se detiene ahí la guerra de arriba. De manera simultánea a la destrucción y el despoblamiento, se opera la reconstrucción de ese territorio y el reordenamiento de su tejido social, pero ahora con otra lógica, otro método, otros actores, otro objetivo.
En suma: las guerras imponen una nueva geografía.
Si en una guerra internacional, este proceso complejo ocurre en la nación conquistada y se opera desde la nación agresora, en una guerra local o nacional o civil el territorio a destruir/despoblar y reconstruir/reordenar es común a las fuerzas en pugna. Es decir, la fuerza atacante victoriosa destruye y despuebla su propio territorio.
Y lo reconstruye y reordena según su plan de conquista o reconquista.
Aunque si no tiene plan... entonces “alguien” opera esa reconstrucción-reordenamiento.
Como pueblos originarios mexicanos y como EZLN algo podemos decir sobre la guerra. Sobre todo si se libra en nuestra geografía y en este calendario: México, inicios del siglo XXI...

II.- LA GUERRA DEL MÉXICO DE ARRIBA.
Y ahora nuestra realidad nacional es invadida por la guerra. Una guerra que no sólo ya no es lejana para
quienes acostumbraban verla en geografías o calendarios distantes, sino que empieza a gobernar las decisiones e indecisiones de quienes pensaron que los conflictos bélicos estaban sólo en noticieros y películas de lugares tan lejanos como... Irak, Afganistán,... Chiapas.
Y en todo México, gracias al patrocinio de Felipe Calderón Hinojosa, no tenemos que recurrir a la geografía del Medio Oriente para reflexionar críticamente sobre la guerra. Ya no es necesario remontar el calendario hasta Vietnam, Playa Girón, siempre Palestina.
La irrupción de la guerra en la vida cotidiana del México actual viene, como todas las guerras de conquista, desde arriba, desde el Poder. Y esta guerra tiene en Felipe Calderón Hinojosa su iniciador y promotor institucional (y ahora vergonzante).
Quien se posesionó de la titularidad del ejecutivo federal por la vía del facto, no se contentó con el respaldo mediático y tuvo que recurrir a algo más para distraer la atención y evadir el masivo cuestionamiento a su legitimidad: la guerra.
Cuando Felipe Calderón Hinojosa hizo suya la proclama de Theodore Roosevelt de “este país necesita una guerra”, recibió la desconfianza medrosa de los empresarios mexicanos, la entusiasta aprobación de los altos mandos militares y el aplauso nutrido de quien realmente manda: el capital extranjero.
La crítica de esta catástrofe nacional llamada “guerra contra el crimen organizado” debiera completarse
con un análisis profundo de sus alentadores económicos. No sólo me refiero al antiguo axioma de que en épocas de crisis y de guerra aumenta el consumo suntuario. Tampoco sólo a los sobresueldos que reciben los militares. También habría que buscar en las patentes, proveedores y créditos internacionales que no están en la llamada “Iniciativa Mérida”.

Si la guerra de Felipe Calderón Hinojosa (aunque se ha tratado, en vano, de endosársela a todos los mexicanos) es un negocio (que lo es), falta responder a las preguntas de para quién o quiénes es negocio, y qué cifra monetaria alcanza.

Algunas estimaciones económicas.
No es poco lo que está en juego:
En los primeros 4 años de la “guerra contra el crimen organizado” (2007-2010), las principales entidades gubernamentales encargadas (SEDENA−es decir: ejército y fuerza aérea−, SEMAR, PGR y SSP) recibieron del Presupuesto de Egresos de la Federación una cantidad superior a los 366 mil millones de pesos; en 2007 más de 71 mil millones de pesos; en 2008 más de 80 mil millones; en 2009 más de 113 mil millones y en 2010 fueron más de 102 mil millones de pesos. A esto habrá que sumar los más de 121 mil millones de pesos que recibirán en este año del 2011.
(...) Total de presupuesto para la “guerra contra el crimen organizado” en 2009: más de 113 mil millones de pesos.
En el año del 2010, un soldado federal raso ganaba unos 46, 380 pesos anuales; un general divisionario
recibía 1 millón 603 mil 80 pesos al año, y el Secretario de la Defensa Nacional percibía ingresos anuales por 1 millón 859 mil 712 pesos.
Si las matemáticas no me fallan, con el presupuesto bélico total del 2009 (113 mil millones de pesos para las 4 dependencias) se hubieran podido pagar los salarios anuales de 2 millones y medio de soldados rasos; o de 70 mil 500 generales de división; o de 60 mil 700 titulares de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Pero, por supuesto, no todo lo que se presupuesta va a sueldos y prestaciones. Se necesitan armas, equipos, balas... porque las que se tienen ya no sirven o son obsoletas.

Si el Ejército mexicano entrara en combate con sus poco más de 150 mil armas y sus 331.3 millones de cartuchos contra algún enemigo interno o externo, su poder de fuego sólo alcanzaría en promedio para 12 días de combate continuo”, señalan estimaciones del Estado Mayor de la Defensa Nacional (Emaden) elaboradas por cada una de las armas al Ejército y Fuerza Aérea.

Las carencias y el desgaste en las filas del Ejército y Fuerza Aérea son patentes y alcanzan niveles inimaginados en prácticamente todas las áreas operativas de la institución.
En este panorama, la Fuerza Aérea resulta el sector más golpeado por el atraso y dependencia tecnológicos hacia el extranjero, en especial de Estados Unidos e Israel.
Esto se conoce en 2009, 2 años después del inicio de la llamada “guerra” del gobierno federal. Dejemos
de lado la pregunta obvia de cómo fue posible que el jefe supremo de las fuerzas armadas, Felipe Calderón Hinojosa, se lanzara a una guerra (“de largo aliento” dice él) sin tener las condiciones materiales mínimas para mantenerla, ya no digamos para “ganarla”. Entonces preguntémonos: ¿Qué industrias bélicas se van a beneficiar con las compras de armamento, equipos y parque?
Si el principal promotor de esta guerra es el imperio de las barras y las turbias estrellas, no hay que perder de vista que al norte del Río Bravo no se otorgan ayudas, sino que se hacen inversiones, es decir, negocios.

Victorias y derrotas.

¿Ganan los Estados Unidos con esta guerra “local”? La respuesta es: sí.
Dejando de lado las ganancias económicas y la inversión monetaria (de USA) en armas, parque y equipos, está, como resultado de esta guerra, una destrucción/despoblamiento y reconstrucción/reordenamiento geopolítico que los favorece.
¿Qué mejor guerra para los Estados Unidos que una que le otorgue ganancias, territorio y control político y militar sin las incómodas “body bags” y los lisiados de guerra que le llegaron, antes, de Vietnam y ahora de Irak y Afganistán?

Y, a cada paso que se da en esta guerra, para el gobierno federal es más difícil explicar dónde está el enemigo a vencer. El fracaso de la guerra federal contra la “delincuencia organizada”, la joya de la corona del gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, no es un destino a lamentar para el Poder en USA: es la meta a conseguir.
Por más que se esfuercen los medios masivos de comunicación en presentar como rotundas victorias de la legalidad, las escaramuzas que todos los días se dan en el territorio nacional, no logran convencer.
Y no sólo porque los medios masivos de comunicación han sido rebasados por las formas de intercambio de información de gran parte de la población (no sólo, pero también las redes sociales y la telefonía celular), también, y sobre todo, porque el tono de la propaganda gubernamental ha pasado del intento de engaño al intento de burla (desde el “aunque no lo parezca vamos ganando” hasta lo de “una minoría ridícula”, pasando por las bravatas de cantina del funcionario en turno). Basta recordar que el “no pasa nada en Tamaulipas” que era pregonado por las noticias (marcadamente de radio y televisión), fue derrotado por los videos tomados por ciudadanos con celulares y cámaras portátiles y compartidos por internet.

Pero volvamos a la guerra que, según Felipe Calderón Hinojosa, nunca dijo que es una guerra. ¿No lo dijo, no lo es?
Al contradecirse, aprovechando el calendario, Felipe Calderón Hinojosa no se enmienda la plana ni se corrige conceptualmente. No, lo que ocurre es que las guerras se ganan o se pierden (en este caso, se pierden) y el gobierno federal no quiere reconocer que el punto principal de su gestión ha fracasado militar y políticamente.

¿Guerra sin fin? La diferencia entre la realidad... y los videojuegos.
Frente al fracaso innegable de su política guerrerista, ¿Felipe Calderón Hinojosa va a cambiar de estrategia?
La respuesta es NO. Y no sólo porque la guerra de arriba es un negocio y, como cualquier negocio, se mantiene mientras siga produciendo ganancias. Felipe Calderón Hinojosa no se detendrá.
Y no sólo porque las fuerzas armadas no se lo permitirían (los negocios son negocios), también por la obstinación que ha caracterizado la vida política del “comandante en jefe” de las fuerzas armadas mexicanas.
Hagamos un poco de memoria: En marzo del 2001, cuando Felipe Calderón Hinojosa era el coordinador parlamentario de los diputados federales de Acción Nacional, se dio aquel lamentable espectáculo del Partido Acción Nacional cuando se negó a que una delegación indígena conjunta del Congreso Nacional Indígena y del EZLN hicieran uso de la tribuna del Congreso de la Unión en ocasión de la llamada “marcha del color de la tierra”.
A pesar de que se estaba mostrando al PAN como una organización política racista e intolerante (y lo es) por negar a los indígenas el derecho a ser escuchados, Felipe Calderón Hinojosa se mantuvo en su negativa.
Todo le decía que era un error asumir esa posición, pero el entonces coordinador de los diputados panistas no cedió (y terminó escondido, junto con Diego Fernández de Cevallos y otros ilustres panistas, en uno de los salones privados de la cámara, viendo por televisión a los indígenas hacer uso de la palabra en un espacio que la clase política reserva para sus sainetes).
“Sin importar los costos políticos”, habría dicho entonces Felipe Calderón Hinojosa.
Ahora dice lo mismo, aunque hoy no se trata de los costos políticos que asuma un partido político, sino de los costos humanos que paga el país entero por esa tozudez.
Estando ya por terminar esta misiva, encontré las declaraciones de la secretaria de seguridad interior de Estados Unidos, Janet Napolitano, especulando sobre las posibles alianzas entre Al Qaeda y los cárteles mexicanos de la droga. Un día antes, el subsecretario del Ejército de Estados Unidos, Joseph Westphal, declaró que en México hay una forma de insurgencia encabezada por los cárteles de la droga que potencialmente podrían tomar el gobierno, lo cual implicaría una respuesta militar estadunidense.
Agregó que no deseaba ver una situación en donde soldados estadunidenses fueran enviados a combatir
una insurgencia “sobre nuestra frontera... o tener que enviarlos a cruzar esa frontera” hacia México.
Mientras tanto, Felipe Calderón Hinojosa, asistía a un simulacro de rescate en un pueblo de utilería, en Chihuahua, y se subió a un avión de combate F-5, se sentó en el asiento del piloto y bromeó con un “disparen misiles”.
No en un videojuego, sino en Irak, una de las empresas militares privadas contratadas por el Departamento de Estado norteamericano y la Agencia Central de Inteligencia fue “Blackwater USA”, que después cambió su nombre a “Blackwater Worldwide”. Su personal cometió serios abusos en Irak, incluyendo el asesinato de civiles. Ahora cambió su nombre a “Xe Services LL” y es el más grande contratista de seguridad privada del Departamento de Estado norteamericano. Al menos el 90% de sus ganancias provienen de contratos con el gobierno de Estados Unidos.
El mismo día en el que Felipe Calderón Hinojosa bromeaba en el avión de combate (10 de febrero de 2011), y en el estado de Chihuahua, una niña de 8 años murió al ser alcanzada por una bala en un tiroteo entre personas armadas y miembros del ejército.
¿Cuándo va a terminar esa guerra? ¿Cuándo va poder decir Felipe Calderón “ganamos la guerra, hemos impuesto nuestra voluntad al enemigo, le hemos destruido su capacidad material y moral de combate, hemos (re) conquistado los territorios que estaban en su poder”?
Desde que fue concebida, esa guerra no tiene final y también está perdida.
Esta guerra (que está perdida para el gobierno desde que se concibió, no como una solución a un problema de inseguridad, sino a un problema de legitimidad cuestionada), está destruyendo el último reducto que le queda a una Nación: el tejido social.
No habrá un vencedor mexicano en estas tierras (a diferencia del gobierno, el Poder extranjero sí tiene un plan para reconstruir-reordenar el territorio), y el derrotado será el último rincón del agónico Estado Nacional en México: las relaciones sociales que, dando identidad común, son la base de una Nación.
Aún antes del supuesto final, el tejido social estará roto por completo.

Resultados: la Guerra arriba y la muerte abajo.
Preguntemos: De los 34 mil 612 asesinados, ¿cuántos eran delincuentes? Y los más de mil niños y niñas asesinados, ¿también eran “sicarios” del crimen organizado? Cuando en el gobierno federal se proclama que “vamos ganando”, ¿a qué cartel de la droga se refieren? ¿Cuántas decenas de miles más forman parte de esa “ridícula minoría” que es el enemigo a vencer?
Mientras allá arriba tratan inútilmente de desdramatizar en estadísticas los crímenes que su guerra ha provocado, es preciso señalar que también se está destruyendo el tejido social en casi todo el territorio nacional.
La identidad colectiva de la Nación está siendo destruida y está siendo suplantada por otra.
Porque “una identidad colectiva no es más que una imagen que un pueblo se forja de sí mismo para reconocerse como perteneciente a ese pueblo. Identidad colectiva es aquellos rasgos en que un individuo se reconoce como perteneciente a una comunidad. Y la comunidad acepta este individuo como parte de ella. Esta imagen que el pueblo se forja no es necesariamente la perduración de una imagen tradicional heredada, sino que generalmente se la forja el individuo en tanto pertenece a una cultura, para hacer consistente su pasado y su vida actual con los proyectos que tiene para esa comunidad. Entonces, la identidad no es un simple legado que se hereda, sino que es una imagen que se construye, que cada pueblo se crea, y por lo tanto es variable y cambiante según las circunstancias históricas”. (Luis Villoro, noviembre de 1999, entrevista con Bertold Bernreuter, Aachen, Alemania).
En la identidad colectiva de buena parte del territorio nacional no está, como se nos quiere hacer creer, la disputa entre el lábaro patrio y el narco-corrido (si no se apoya al gobierno entonces se apoya a la delincuencia, y viceversa). No. Lo que hay es una imposición, por la fuerza de las armas, del miedo como imagen colectiva, de la incertidumbre y la vulnerabilidad como espejos en los que esos colectivos se reflejan.
¿Qué relaciones sociales se pueden mantener o tejer si el miedo es la imagen dominante con la cual se puede identificar un grupo social, si el sentido de comunidad se rompe al grito de “sálvese quien pueda”? De esta guerra no sólo van a resultar miles de muertos... y jugosas ganancias económicas.
También, y sobre todo, va a resultar una nación destruida, despoblada, rota irremediablemente.

III.- ¿NADA QUÉ HACER?
A quienes sacan sus mezquinas sumas y restas electorales en esta cuenta mortal, les recordamos: Hace 17 años, el 12 de enero de 1994, una gigantesca movilización ciudadana (ojo: sin jefes, comandos centrales, líderes o dirigentes) paró la guerra acá. Frente al horror, la destrucción y las muertes, hace 17 años la reacción fue casi inmediata, contundente, eficaz.
Ahora es el pasmo, la avaricia, la intolerancia, la ruindad que escatima apoyos y convoca a la inmovilidad... y la ineficacia.
¿hay que esperar 16 mil muertos más para hacer algo?
Porque se va a poner peor. Si los punteros actuales para las elecciones presidenciales del 2012 (Enrique
Peña Nieto y Marcelo Ebrard), gobiernan las entidades con mayor número de ciudadanos, ¿no es de esperar que ahí aumente la “guerra contra la delincuencia organizada” con su cauda de “daños colaterales”?
¿Qué van a hacer? Nada. Van a seguir el mismo camino de intolerancia y satanización de hace 4 años, cuando en el 2006 todo lo que no fuera a favor de López Obrador era acusado de servir a la derecha. L@s que nos atacaron y calumniaron entonces y ahora, siguen el mismo camino frente a otros movimientos, organizaciones, protestas, movilizaciones.
¿Por qué la supuesta gran organización nacional que se prepara para que en las próximas elecciones federales, ahora sí, gane un proyecto alternativo de nación, no hace algo ahora? Digo, si piensan que pueden movilizar a millones de mexicanos para que voten por alguien, ¿por qué no movilizarlos para parar la guerra y que el país sobreviva? ¿O es un cálculo mezquino y ruin? ¿Que la cuenta de muertes y destrucción reste al oponente y sume al elegido?
Hoy, en medio de esta guerra, el pensamiento crítico vuelve a ser postergado. Primero lo primero: el 2012 y las respuestas a las preguntas sobre los “gallos”, nuevos o reciclados, para ese futuro que se desmorona desde hoy. Todo debe subordinarse a ese calendario y a sus pasos previos.
Y mientras todo se derrumba, nos dicen que lo importante es analizar los resultados electorales, las tendencias, las posibilidades. Llaman a aguantar hasta que sea el momento de tachar la boleta electoral, y de vuelta a esperar que todo se arregle y se vuelva a levantar el frágil castillo de naipes de la clase política mexicana.
¿Recuerdan que ellos se burlaron y atacaron el que desde el 2005 llamáramos a la gente a organizarse
según sus propias demandas, historia, identidad y aspiraciones y no apostar a que alguien allá arriba iba a solucionar todo?
¿Nos equivocamos nosotros o ellos?
¿Quién en las principales ciudades se atreve a decir que puede salir con tranquilidad ya no en la madrugada, sino apenas anochece?
¿Quién hace suyo el “vamos ganando” del gobierno federal y ve con respeto y no con miedo a soldados, marinos y policías?
¿Quiénes son los que se despiertan ahora sin saber si van a estar vivos, sanos o libres al finalizar el día que comienza?
¿Quiénes no pueden ofrecer a la gente una salida, una alternativa, que no sea esperar a las próximas elecciones?
¿Quiénes no pueden echar a andar una iniciativa que realmente prenda localmente, no digamos a nivel nacional?
¿Quiénes se quedaron solos?
Porque al final, quienes van a permanecer serán quienes resistieron; quienes no se vendieron; quienes no se rindieron; quienes no claudicaron; quienes entendieron que las soluciones no vienen de arriba, sino que se construyen abajo; quienes no apostaron ni apuestan a las ilusiones que vende una clase política que tiene tiempo que apesta como un cadáver; quienes no siguieron el calendario de arriba ni adecuaron su geografía a ese calendario convirtiendo un movimiento social en una lista de números de credenciales del IFE; quienes frente a la guerra no se quedaron inmóviles, esperando el nuevo espectáculo malabarista de la clase política en la carpa circense electoral, sino que construyeron una alternativa social, no individual, de libertad, justicia, trabajo y paz.

IV.- LA ÉTICA Y NUESTRA OTRA GUERRA.
Antes hemos dicho que la guerra es inherente al capitalismo y que la lucha por la paz es anticapitalista. Usted, Don Luis, ha dicho también antes que “la moralidad social constituye sólo un primer nivel, precrítico, de la ética. La ética crítica empieza cuando el sujeto se distancia de las formas de moralidad existentes y se pregunta por la validez de sus reglas y comportamientos. Puede percatarse de que la moralidad social no cumple las virtudes que proclama” ¿Es posible traer la Ética a la guerra? ¿Es posible hacerla irrumpir por entre desfiles castrenses, grados militares, retenes, operativos, combates, muertes? ¿Es posible traerla a cuestionar la validez de las reglas y comportamientos militares? ¿O el planteamiento de su posibilidad no es más que un ejercicio de especulación filosófica?
Porque tal vez la inclusión de ese “otro” elemento en la guerra sólo sería posible en una paradoja. Incluir la ética como factor determinante de un conflicto traería como consecuencia un reconocimiento radical: el contrincante sabe que el resultado de su “triunfo” será su derrota.
Y no me refiero a la derrota como “destrucción” o “abandono”, sino a la negación de la existencia como fuerza beligerante. Esto es, una fuerza hace una guerra que, si la gana, significará su desaparición
como fuerza. Y si la pierde igual, pero nadie hace una guerra para perderla (bueno, Felipe Calderón Hinojosa sí).
Y aquí está la paradoja de la guerra zapatista: si perdemos, ganamos; y si ganamos, ganamos. La clave está en que la nuestra es una guerra que no pretende destruir al contrario en el sentido clásico.
Es una guerra que trata de anular el terreno de su realización y las posibilidades de los contrincantes (nosotros incluidos).
Es una guerra para dejar de ser lo que ahora somos y así ser lo que debemos ser.
Esto ha sido posible porque reconocemos al otro, a la otra, a lo otro, que, en otras tierras de México y del Mundo, y sin ser iguales a nosotros, sufren los mismos dolores, sostienen resistencias semejantes, que luchan por una identidad múltiple que no anule, avasalle, conquiste, y que anhelan un mundo sin ejércitos.
Hace 17 años, el 1 de enero de 1994, se hizo visible la guerra contra los pueblos originarios de México.
Mirando la geografía nacional en este calendario, nosotros recordamos:
¿No éramos nosotros, los zapatistas, los violentos? ¿No se nos acusó a nosotros de pretender partir el territorio nacional? ¿No se dijo que nuestro objetivo era destruir la paz social, minar las instituciones, sembrar el caos, promover el terror y acabar con el bienestar de una Nación libre, independiente y soberana? ¿No se señaló hasta el hartazgo que nuestra demanda de reconocimiento a los derechos y la cultura indígenas socavaba el orden social?
Hace 17 años, el 12 de enero de 1994, una movilización civil, sin pertenencia política definida, nos demandó intentar el camino del diálogo para resolver nuestras demandas.
Nosotros cumplimos.
Una y otra vez, a pesar de la guerra en contra nuestra, insistimos en iniciativas pacíficas.
Durante años hemos resistido ataques militares, ideológicos y económicos, y ahora el silencio sobre lo
que acá ocurre.
En las condiciones más difíciles no sólo no nos rendimos, ni nos vendimos, ni claudicamos, también construimos mejores condiciones de vida en nuestros pueblos.
Al principio de esta misiva dije que la guerra es una vieja conocida de los pueblos originarios, de los indígenas mexicanos.
Más de 500 años después, más de 200 años después, más de 100 años después, y ahora con ese otro movimiento que reclama su múltiple identidad comunal, decimos:
Aquí estamos.
Tenemos identidad.
Tenemos sentido de comunidad porque ni esperamos ni suspiramos porque vinieran de arriba las soluciones que necesitamos y merecemos.
Porque no sujetamos nuestro a andar a quien hacia arriba mira.
Porque, manteniendo la independencia de nuestra propuesta, nos relacionamos con equidad con lo otro que, como nosotros, no sólo resiste, también se ha ido construyendo una identidad propia que le da pertenencia social, y ahora también le representa la única oportunidad sólida de supervivencia al desastre.
Nosotros somos pocos, nuestra geografía es limitada, somos nadie.
Somos pueblos originarios dispersos en la geografía y el calendario más distantes.
Nosotros somos otra cosa.
Somos pocos y nuestra geografía es limitada.
Pero en nuestro calendario no manda la zozobra.
Nosotros sólo nos tenemos a nosotros mismos.
Tal vez es poco lo que tenemos, pero no tenemos miedo.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Enero-Febrero del 2011





De la reflexión crítica, individu@s y colectiv@s (carta segunda del Intercambio Epistolar sobre Ética y Política)

II.- LA PERTINENCIA DE LA REFLEXIÓN CRÍTICA

Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad,
es hora de comenzar a decir la verdad”
Bertold Brecht.

La guerra de arriba sigue, y su paso de destrucción pretende también que todos empecemos a aceptar ese horror cotidiano como si fuera algo natural, algo imposible de cambiar. Como si la confusión reinante fuera premeditada y pretendiera democratizar una resignación que inmoviliza, que conforma, que derrota, que rinde.
En tiempos en que se organiza la confusión y se ejerce conscientemente la arbitrariedad, es preciso hacer algo.
Y un algo es tratar de desorganizar esa confusión con la reflexión crítica.
Quisiera tocar en esta segunda carta nuestra, algunos de los puntos que toca usted en su respuesta y que, directa o indirectamente, también señalan nuestros corresponsales que lanzan sus ideas desde la Ciudad de México, Oaxaca y el Uruguay. Todos abordan, con sus particularidades, es decir, en su calendario y su geografía propios, este asunto de la reflexión crítica. Estoy seguro que ninguno de nosotros (usted, ellos, nosotros) pretendemos que se establezcan verdades inamovibles. Nuestro propósito es arrojar piedras, bueno, ideas, al estanque aparentemente tranquilo del quehacer teórico actual.
El símil que uso de la piedra va más allá de la retórica de una superficie momentáneamente agitada por la piedra. Se trata de llegar al fondo. De no conformarse con lo evidente, sino atravesar con irreverencia el estanco estanque de las ideas y llegar al fondo, abajo.
En la época actual la reflexión crítica está aparentemente estancada. Y digo aparentemente si es que uno se atiene a lo que en los medios impresos y electrónicos se presenta como reflexión teórica. Y no se trata sólo de que lo urgente haya desplazado a lo importante, en este caso, los tiempos electorales a la destrucción del tejido social.
Se dice, por ejemplo, que el año que nos preocupa, el 2011, es un año electoral. Bueno, también lo fueron todos los años anteriores. Es más, la única fecha que no es electoral en el calendario de arriba es... el día de las elecciones. Pero ya se ve que la inmediatez difícilmente puede diferenciar lo que pasó ayer de lo que pasó hace 17 años.
Salvo las “molestas” interrupciones de catástrofes naturales y humanas (porque los crímenes cotidianos de esta guerra son una catástrofe), los teóricos de arriba, o los pensadores de lo inmediato, vuelven una y otra vez sobre el tema electoral... o hacen malabarismos para ligar cualquier cosa al tema electoral.
La teoría chatarra, como la comida ídem, no nutre, sólo entretiene. Y de eso parece tratarse si nos atenemos a lo que aparece en la gran mayoría de los diarios y revistas, así como en los paneles de “especialistas” de los medios electrónicos de nuestro país.
Cuando estos expendedores de teoría chatarra miran hacia otras partes del Mundo y deducen que las movilizaciones que derrocan gobiernos son productos de celulares y redes sociales, y no de organización, capacidad de movilización y poder de convocatoria, expresan, a más de una ignorancia supina, el deseo inconfeso de conseguir, sin esfuerzo, su lugar en “LA HISTORIA”. “Twittea y ganarás los cielos” es su moderno credo.
Y, al igual que los “productos milagro”, estos exaltadores del Alzheimer teórico y político, promueven
soluciones fáciles para el caos social actual.
A nadie se le ocurre que, tal y como lo presenta la publicidad, si usa tal loción para caballero o tal perfume para dama se verá instantáneamente en Francia, al pie de la Torre Eiffel, o en los bares del Londres de arriba. Pero, al igual que los productos milagros que prometen bajar de peso sin hacer ejercicio y atascándose de comida, y hay personas que lo creen, también hay quien cree que se puede tener libertad, justicia y democracia con sólo tachar una boleta a favor de la permanencia del Partido Acción Nacional, del arribo del Partido de la Revolución Democrática o del regreso del Partido Revolucionario Institucional.
Cuando esta gente sentencia que sólo hay una opción, la vía electoral o la vía armada, no sólo demuestra su falta de imaginación y de conocimiento de la historia nacional y mundial. También, y sobre todo, vuelve a tejer la trampa que sirvió de argumento para la intolerancia y la exigencia de una unanimidad fascista y retrógrada para uno u otro lado del espectro político.
“Brillante” análisis éste que se plantea la urgencia de definiciones... frente a las opciones que imponen
los de arriba.
En lugar de tratar de imponer sus endebles axiomas, podrían optar por debatir, por argumentar, por tratar de convencer. Pero no. Se trató y se trata de imponer.
Creo sinceramente que no les interesa debatir en serio. Y no sólo porque no tienen argumentos de peso (hasta ahora todo es un listado de buenas intenciones e ingenuidades que rayan en lo patético, donde el Partido Acción Nacional demuestra que el “modo Fox” no es un caso aislado sino toda una escuela de dirigentes en ese partido, donde el Partido Revolucionario Institucional predica el autismo frente a la historia propia, donde el vario pinto de la autodenominada izquierda institucional pretende convencer con consignas a falta de argumentos), sino porque no se trata de cambiar nada de fondo.
Es hasta cómico ver cómo se hacen malabares para encantar a las masas (sí, las desprecian pero las necesitan) y al mismo tiempo cortejar sin rubor al poder económico.
De lo que se trata, para ellos, es precisamente de maniobrar en el estrecho margen de los escombros del Estado Nacional en México para tratar de exorcizar una crisis que, cuando reviente, habrá de barrer también con ellos, es decir, con la clase política en su conjunto. En suma: para ellos es una cuestión de supervivencia individual.
La vocación de soplones, delatores y gendarmes le sienta bien a esta chatarra teórica que alentó la histeria intelectual y artística, primero en contra del movimiento estudiantil de 1999-2000 y su Consejo General de Huelga, y después contra todo lo que no aceptara las directivas de esta gavilla de policías del pensamiento y la acción.
Se trata de establecer una diferenciación que es más bien un exorcismo: están ellos, los bien portados, es decir, los civilizados, y están los otros, los bárbaros.
En su endeble tinglado teórico están, por un lado (y arriba), l@s individu@s brillantes, sapientes, mesurados, prudentes; y por el otro lado (y abajo) está la masa oscura, ignorante, arrebatada y provocadora.

Del lado de acá: las minorías violentas representándose sólo a ellas mismas.
Pero supongamos que les interesa debatir y convencer.
Discutamos, por ejemplo, las reales consecuencia del proyecto transexenal de Acción Nacional de cambiar una conocida estrofa del Himno Nacional mexicano y en su lugar poner y frente al cual ninguno de los otros partidos ha planteado una alternativa puntual y firme.

Nosotros no queremos cambiar de tiranos, de dueños, de amos o de salvadores supremos, sino no tener ninguno. Pero en fin, si algo hay que agradecer a lo ocurrido allá arriba, es que ha develado una vez más la pobreza teórica y la evidente debilidad estratégica de quienes se proponían y proponen mantener, relevar o reciclar a los de arriba para exorcizar la rebelión de los de abajo.
Creo sinceramente que una reflexión crítica profunda debiera tratar de apartar la mirada del hipnótico carrusel de la clase política y ver otras realidades.
¿Qué tienen qué perder? En todo caso, tendrán más argumentos para autoerigirse en “la única alternativa posible”. Después de todo, l@s otr@s son taaan pequeñ@s y (¡uff!) taaan radicales.

IV.- LO QUE VA A PASAR
El mundo como ahora lo conocemos será destruido. Desconcertados y maltrechos, nada podrán responder a sus cercanos cuando les pregunten “¿Por qué?”
Primero serán movilizaciones espontáneas, violentas y fugaces. Luego un reflujo que les permitirá respirar tranquilos (“¡uf! ya pasó, mi buen”). Pero después vendrán nuevos levantamientos, pero organizados porque participarán colectivos con identidad.
Entonces verán que los puentes que destruyeron, creyendo que habían sido erigidos para ayudar a los bárbaros, no sólo serán imposibles de reconstruir, también se darán cuenta de que esos puentes eran para ser ayudados.
Y dirán ell@s que vendrá una época de oscurantismo, pero no será sino simple rencor porque la luz que
pretendían detentar y administrar no servirá absolutamente para nada a esos colectivos que se hicieron de su propia luz, y con ella y en ella andan y andarán.
El mundo ya no será el mismo mundo. Ni siquiera será mejor. Pero se habrá dado una nueva oportunidad de ser el lugar donde la paz sea posible de construir con trabajo y dignidad, y no un continuo ir contra corriente en medio de una pesadilla sin fin.
Entonces, puesto que poesía, en una pinta sobre un muro derruído se leerán estas palabras de Bertold Brecht:
Vosotros, que surgiréis del marasmo en el que nosotros nos hemos hundido, cuando habléis de vuestras debilidades, pensad también en los tiempos sombríos de los que os habéis escapado. Cambiábamos de país como de zapatos a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella. Y sin embargo, sabíamos que también el odio contra la bajeza desfigura la cara. También la ira contra la injusticia pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros, que queríamos preparar el camino para la amabilidad no pudimos ser amables. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos. 

Respuesta de Luis Villoro
a la 2ª carta del Sup Marcos
en el intercambio epistolar sobre Ética y Política

Empecemos por el tema de la reconstitución del país, de la reconstrucción del tejido social, preocupación
que compartimos y que se refl eja tanto en sus dos primeras misivas.

Para iniciar esta tarea, creo yo, uno de los puntos a considerar para lograr ir más allá de la movilización —necesaria, sin duda, al principio— sería elaborar una propuesta muy Otra, muy nuestra, que pase de la resistencia a la acción, con miras a una verdadera organización. Una organización que reuniera a todos los pueblos y
sectores sociales afectados por el incumplimiento de sus derechos. Sería una organización desde abajo y a la izquierda.

Resulta hoy evidente que la única actitud posible para lograr la transformación que buscamos es el rechazo absoluto a la situación existente, decir NO a toda forma de dominio encarnada en el poder. Una actitud disruptiva contra la dominación que implica una postura moral social, como usted lo señala al decir: “Nosotros no queremos cambiar de tiranos, de dueños, de amos o de salvadores supremos, sino no tener ninguno”.

sólo hay una vía para escapar a esa rueda… renunciar a la voluntad de poder para sí mismo. Es lo que comprendieron Gandhi y Luther King; es lo que han comprendido también los indígenas zapatistas de Chiapas cuando decidieron no buscar el poder para sí mismos. Si se rebelaron en 1994 contra sus condiciones de marginación e injusticia extremas, si tuvieron que emplear las armas para hacerse escuchar, su actitud difirió radicalmente de los antiguos movimientos guerrilleros. Pedían democracia, paz con justicia y dignidad. Conscientes de que la responsable de la injusticia es, en último término, la voluntad de poder, proclamaron que su objetivo no era la toma del poder sino el despertar de la ciudadanía contra el poder. Al hacerlo, han abierto
una nueva vía, al mostrar que la voluntad de los pueblos organizados va más allá de las elecciones


La guerra, la política y la ética. Reflexiones sobre una Carta
Carlos Antonio Aguirre Rojas
Y en ese momento, invertiríamos la proposición
de Clausewitz y diríamos que la política es la
continuación de la guerra por otros medios”.
(Michel Foucault, 1976)

Viene a la mente de inmediato la tesis que Michel Foucault ha postulado, invirtiendo la clásica sentencia de Karl Clausewitz, en su libro De la Guerra, para afirmar que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Porque si en el fundamento de todas las sociedades capitalistas contemporáneas —para limitarnos solamente a este único ejemplo—, lo que existe es una clara y descarnada guerra entre las clases opuestas principales de esta sociedad, entonces una de las funciones centrales de la política capitalista será precisamente la de prolongar, encubriéndola y atenuándola, esa guerra fundante entre explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos(...) Por eso, Foucault afirma que la política es una suerte de “guerra silenciosa”, o de forma moderada, presentable y más o menos soportable de dicha guerra o lucha de clases fundante y originaria. La tesis sostenida por Walter Benjamin, cuando en su texto Sobre el concepto de historia afirma que “la tradición de los oprimidos nos enseña que el ‘estado de excepción’ en que ahora vivimos, es en verdad la regla”. Entonces, debemos entonces preguntarnos por qué y en qué condiciones esa política ha vuelto a cobrar, en los tiempos recientes, su forma originaria de guerra abierta y descarnada.